“Confesiones de Invierno” fue el segundo disco de Sui Generis, banda que arrasando records de ventas y difusión con su debut discográfico “Vida”. Ambos discos salieron en 1973, “Vida” en enero y “Confesiones de Invierno” obviamente en el invierno de ese año.
Es notoria la evolución de Charly García y Nito Mestre entre ambos trabajos. De las armonías simples y casi folklóricas en “Vida” a la complejidad estilística por ejemplo de “Tribulaciones, Lamento y ocaso de un tonto rey Imaginario, o no”. En este nuevo disco, el público comenzó a perfilar a García como un músico integral, gran compositor, genial pianista y un cantante hermosamente desprolijo a lo Bob Dylan, justamente al lado de la voz celestial de Mestre en plenitud.
Unos meses antes habían participado del festival BA Rock, debutando en ese escenario inlcuso antes de haber editado su disco. Eran algo que aún no había, un dúo que, a diferencia de sus antecesores, Pedro y Pablo (Miguel Cantilo y Jorge Durietz), no eran contestatarios.
Las letras de Sui en “Vida” eran adolescentes, en “Confesiones de invierno” eran más elevadas intelectualmente hablando. Si en Vida los temas hablaban de novias, miedos, malos ejemplos, en Confesiones hablan de lo mismo, pero desde otro lugar, el lugar del novio poco recomendable, el miedo a las autoridades mandantes, y en todo caso cómo un joven rebelde podía terminar preso de la peor manera, o en un loquero.
Hablamos de dos discos casi simultáneos, es que el rock era así. En un par de días podías pasar de ser el alma de la fiesta a un preso sin número, ambas cosas por el aspecto solamente.
Un interesante dato anecdótico es que “Confesiones de invierno” conecta con “Artaud” de Pescado Rabioso en el arte de tapa. Dos bellísimos diseños de Juan Oreste Gatti, el gran ilustrador de nuestro rock, que termino siendo el diseñador de los afiches de las películas para Pedro Almodóvar, quien se fascinó con esas tapas que Gatti hacía inolvidables.
La de Sui Generis era de una difusa foto con la frescura de los rostros de ambos envueltos en una psicodélica trama multicolor, en medio de una pastelada dorada que hacía las veces de marco enorme para la foto, absolutamente sobria.
Hoy, que la música llega por Spotify todo esto suena a otro mundo. Pero en la década del 70 asomaba nueva, diversificada, musicalmente con lugar para la experimentación y líricamente dispuesta a contar lo que les pasaba a los adolescentes, más allá de polleras y autos.
Gracias a “Confesiones de Invierno”, Charly y Nito se erigían como líderes espirituales de miles de chicos y chicas que los miraban como se mira a un tótem, o a una pirámide o un rascacielos. Como elementos únicos. Irrepetibles, íntegros.
Confesiones comienza con “Cuando ya me empiece a quedar solo”, Charly preocupado por su vejez, con aire tanguero en la letra. El A1 – el primer tema de la placa- se pensaba mucho, empezar con esto era salir de inmediato fuera de Vida. Como avisando que acá empezaba otro viaje.
El track 2 es “Bienvenidos al tren”, una balada folk a lo Doobie Brothers con una letra que parece de Curtis Mayfield: «Los que estén en el camino, bienvenidos al tren…”
En el tercer track Charly compuso “Un Hada, Un Cisne”, la historia de un hada enamorada de un cisne obviamente, en un amor a todas luces errado. Se le buscaban alegorías con un montón de situaciones que pasaban en el país, pero nada comprobable.
En la cuarta canción del disco Sui Generis pone su mejor carta: “Confesiones de Invierno”, un alegato fuerte y elegante acerca del encierro y la opresión, con versos de confesión resignada y cruel acerca de las complicadas circunstancias que muchos adolescentes (y no tanto) estaban viviendo. Todavía se intuía, después se confirmaba.
El lado B del disco comienza con “Rasguña las piedras”, que salió disparado a la difusión radial nocturna como un satélite. Una letra demasiado ambigua para adivinarle la historia detrás. Se han escuchado de ella los más disparatados rumores, y quedaría erróneamente ligada a la dictadura militar, pese a haber sido lanzada tres años antes, gracias a la película “La noche de los lápices” de 1986, que cuenta la serie de secuestros y asesinatos de estudiantes de secundaria ocurridos durante la noche del 16 de septiembre de 1976 y días posteriores, en la ciudad de La Plata.
El track número 6, segundo del lado B es “Lunes otra vez”, quizá el nexo más nítido con “Vida”, su disco anterior. Líricamente el más simplón del álbum, pero efectivo.
A continuación, llega “Aprendizaje”, una canción en forma de balada donde el dúo sienta las bases que todos los muchachos de la época tomaron como certeras, acerca de cómo uno debe comportarse, reaccionar o simplemente sentirse en el mundo que nos esperaba de grandes.
El anteúltimo tema del disco es también el más corto, “Mr. Jones o Pequeña semblanza de una familia Tipo Americana”, un rock básico, de letra corrosiva, exageradamente violenta, pero con un disfraz de surrealismo que hacía sonreír. Probablemente una de las canciones más versionadas de Sui Generis.
El final de “Confesiones de Invierno” lo marca “Tribulaciones, Lamento y Ocaso de un Tonto Rey Imaginario, o no”, primer paso del rock sinfónico en nuestro país. Un final más que acorde para abrir el crédito popular. Piedras para el poder de turno, finas ironías envueltas en caja para regalo.