“Son recuerdos que con el tiempo no se olvidan” advierte rápidamente el nadador Eduardo Otero ante la propuesta de viajar a aquellos días olímpicos en los que se codeó con los mejores atletas del mundo.
El cuarto y último necochense en competir en los Juegos Olímpicos compartió la mañana de K2 Radio en medio del fervor por lo que ocurre en Paris 2024 y aceptó meterse en el túnel del tiempo de sus recuerdos y anécdotas en Sidney 2000, Atenas 2004 y Beijing 2008.
Con el paso del tiempo, Otero reconoció que “cada vez me resuena más fuerte” pero a la vez “no lo tengo tan asociado a mí. Es más para el diván que otra cosa”. “Si uno no lo tiene muy asumido, imagínate el resto. Lo que me sale es ser agradecido. Desde Neco logré llegar a tres Juegos y con un equipo 100 por ciento local”, reflexionó siempre agradecido a su entrenador de toda la vida, Marcelo “Yuri” Quaglia.
Distinto a lo que se pueda imaginar, Eduardo no “nació nadador”. Llegó a este deporte por consejo médico y después que lo hiciera su hermana. “Llegué tarde. A los 13 recién aprendí a nadar técnicamente”, apuntó al compararse con otros nadadores.
Repasando sus actuaciones olímpicas, resaltó el valor de haber podido antes que nada clasificar, la frustración por no bajar sus marcas y su evolución como deportista de elite: “Hoy pienso lo difícil que es estar adentro. El cronometro de caga a palos, no lo podés esquivar. Ahí entrenas tu cabeza, te focalizas y el rol del entrenador es fundamental en eso. No podía asumir que no baje la marca. Dudas de todo”.
Comparando sus tres participaciones, cuando llegó por primera vez con 20 años a Sidney o después de haber pensando en el retiro antes de Beijing, reflexionó que “disfrutas otras cosas, pero en los tres estuvo el cagazo, el enfoque y el dimensionar dónde estás. En Atenas lo había vivido como el último y después se dio lo de Beijing. Ahí tuve los dos roles, el de competidor y del cuasi turista, tratando de observar todos los deportes”.
En el sin fin de anécdotas, entre Atenas y Beijing, entabló una impensada relación con Emanuel Ginóbili, el abanderado argentino en China. El astro del básquetbol nacional le regaló sus zapatos, porque los que Eduardo había recibido de la organización para la apertura de los Juegos en Grecia no le entraban. “Pude desfilar con zapatos gracias a él. Tenías la insolencia de sentirlo un par, ese punto de grandeza tenía Ginóbili. Habla de lo que es él”. En China se los llevó para devolvérselos, pero Manu se negó y hoy el necochense los tiene de recuerdo en un lugar especial. “Los voy a ver todos los días de mi vida. Los tengo guardados en mi placar”.
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